Por Laura García (Clarín, 5-3-00)
En este mundo no debe existir nadie más conocedor de los avatares de un viaje que aquel joven abogado inglés que en 1897 partió desde su Londres previsible y segura hacia la enigmática Transilvania. Su destino era el Paso de Borgo y, más allá, el castillo de un conde solitario. Jonathan Harker se llamaba el viajero y, hasta ese momento, no era más que un personaje ideado por el escritor irlandés Bram Stoker para su novela Drácula.
Aquella travesía y el encuentro de Harker con el vampiro dieron comienzo a uno de los grandes mitos contemporáneos. Dracula trascendió las páginas de la novela y ganó su lugar en el cine, en teatro y en nuevas versiones literarias. Luego ocurrió lo inevitable: el público quiso conocer el castillo del conde y muchos se lanzaron a buscarlo siguiendo la hoja de ruta que Stoker había trazado en su novela. Para mayor precisión, algunos emularon al propio escritor, que se había documentado en la biblioteca del Museo Británico antes de darle forma a su criatura y sin jamás haber pisado Transilvania, esa región maravillosa de Rumania enmarcada por los montes Cárpatos cuyo mágico paisaje es de por sí un must del viajero curioso.
A partir de lo años 60 cuando Rumania se abrió al turismo internacional, empezaron nuevas búsquedas. Para ese momento, Drácula ya era un nombre legendario en el mundo occidental, pero los rumanos seguían sin conocer la historia del vampiro que bebía la sangre de sus víctimas, a las que atraía con un poder hipnótico que combinaba erotismo y espanto. Sólo un pequeño grupo de guías de turismo e investigadores del folclore conocían esa versión de la historia, ya que la novela fue traducida al rumano recién en 1992.
¿Un héroe nacional?
“En Rumania crecimos viéndolo como ejemplo de orden y disciplina. Fue un héroe nacional, porque repelió las invasiones turcas”, dice Gabriela Muresan, una profesora nacida en Transilvania que vive en la Argentina desde 1990 y ahora está a cargo de los cursos de idioma rumano en la Universidad de Buenos Aires.
Vampiro y héroe nacional. ¿En qué quedamos? Ocurre que Bram Stoker basó su novela en un personaje real de la historia rumana. Inspirado en otra de vampiros -Carmilla, del irlandés Joseph Sheridan Le Fanu-, originariamente ubicó su historia en Estiria, Austria, y pensó titular su libro The Undead (Los no muertos). El nombre del conde era, simplemente, Wampyr. Pero luego se enteró de la existencia de los llamados panfletos negros, escritos por mercaderes transilvanos que narraban las atrocidades cometidas por el príncipe de Valaquia Vlad Dracula, que había vivido entre 1431 y 1476. Como la descripción del personaje -también llamado Vlad Tepes, el Empalador, debido al tormento que aplicaba a sus víctimas- se ajustaba al personaje que tenía en mente, decidió conferirle inmortalidad para traerlo de nuevo a la vida. Y así la pura invención literaria se mezcló con la historia de un país que hasta entonces nada sabía de vampiros.
A pesar de los propios rumanos - muchos de los cuales se ofenden por la deformación que sufrió la figura de su prócer-, el imaginario occidental concibió a Transilvania como un mundo irreal, demoníaco, acechado por dragones y murciélagos. Pero lejos de generar temor, el cruce de ficción y realidad se tornó irresisible para los turistas. Pero muchos de les que se acercan con el solo propósito de seguir las huellas de Drácula descubren finalmente que la provincia es bellísima, tan atractiva en sí misma que no requiere la excusa de una fábula para ser disfrutada.
En las.últimas décadas, los rumanos la consideraron una región de avanzada, receptora de los aires del "oeste” que soplaban desde Austria y llegaban a través de Hungría. Más allá del punto de vista local, Transilvania es la región más romántica y pintoresca de Rumania. Su propio nombre -deriva del latín y significa “más allá del bosque”- sugiere paisajes de picos montañosos, valles arbolados y arroyos. Rodeada por el gran arco que forman los Cárpatos, tiene parques nacionales, áreas protegidas, glaciares, iglesias de madera, aldeas aisladas y una excelente producción artesanal de vinos. Es decir, un producto concreto y excelente para el turismo.
Sin embargo, los visitantes siguen obsesionados con el castillo habitado por el hombre alto de tez amarillenta, bigote blanco y dientes filosos. Todo por obra de Stoker. Y allá van a la caza de emociones fuertes y de encuentros con el mismísimo diablo. Una vez allí, el mito cede ante la realidad y algunos se decepcionan. No es para menos: una cosa es conocer los lugares asociados con Vlad Tepes, el personaje real, y otra muy distinta es pretender toparse con Nosferatu en persona.
A comer con Drácula
Todos los circuitos sobre Drácula empiezan en la antigua corte de Bucarest, la capital rumana, donde se conservan ruinas del palacio que funcionó en el siglo XV durante el dominio de Vlad Tepes, príncipe de Valaquia. Pero lo mejor del viaje empieza al atravesar las llanuras del Danubio en dirección a los Cárpatos.
La primera escala es el castillo de Bran, conocido como el ‘falso castillo de Drácula'- cuyo único propósito -según los guías- es distraer a los turistas para que no lleguen a los genuinos donamos del Conde. Igual vale pena conocer esta fortaleza construida en 1378, aunque no esté relacionada con el personaje de la novela ni con Vlad Tepes. Al menos tiene su valor histórico: en la década del 20 fue transformada en residencia de verano de la familia real rumana y recién fue abierta al público en la era comunista. Es, además, la imagen típica en las postales de Transilvania.
Se sigue luego a Brasov y a Sighisoara, dos ciudades medievales perfectamente conservadas en medio de un paisaje de montaña. Sighisoara es uno de los puntos más bellos de Rumania, ya que conserva intactas once torres de sus murallas originales, calles empedradas, casas burguesas del siglo XVI, una iglesia gótica de 1345 -la Bergkirche- y hasta un reloj de 1648 que todavía marca la hora.
Para los seguidores de Drácula es una escala fundamental, porque en la parte alta de la ciudad está la casa donde en 1431 nació Vlad Tepes, hoy convertida en restaurante.
Otros puntos del circuito son el monasterio de Snagov -donde la leyenda ubica la tumba de Vlad Tepes- y Targoviste, la antigua capital de Valaquia, donde una estatua recuerda que Drácula vivió aquí. En realidad, los tours son una buena guía para conocer este rincón del antiguo imperio austrohúngaro que, a diferencia de Viena, Praga y Budapest, todavía no recibe un turismo masivo.
Pero no hay sólo influencias austríacas en Rumania. De las antiguas, la más duradera es la de los romanos: de ellos los rumanos heredaron su idioma, que deriva del latín. Después, siguieron mil años de invasiones esporádicas y de agresión turca, que fue resistida por nobles como Vlad Tepes. Hoy en cambio, los rasgos más visibles son los que dejaron más de cuatro décadas de comunismo, que culminó con la revolución de 1989 y la muerte del dictador Ceaucescu.
Cazadores de vampiros
Un legado de lo más diverso, pero de vampiros, ni rastros. “La historia del vampirismo no es nuestra, pero si la gente quiere ir a buscar eso a Transilvania no la rechazamos”, advierte el consejero de la Embajada rumana en Buenos Aires, Ion Mirica. Es que Rumania no se agota en Drácula. Los pilares del turismo -que además tiene la ventaja de ser accesible al bolsillo- son los Cárpatos, el delta del Danubio, las playas del mar Negro y Bucarest. El castillo tan buscado es sólo uno entre cientos de fortalezas impactantes y monasterios repletos de tesoros artísticos, como el de Bucovina, del siglo XVI.
Para calmar la ansiedad de los que sólo van tras los pasos del rey de las tinieblas, los operadores de turismo ofrecen algunas actividades relacionadas con él o que, al menos, remiten a la novela. Por ejemplo, la escala en el hotel Corona de Oro, en Bistritz, donde Jonathan Harker paró por recomendación del propio conde en su camino al castillo. Ahí, desde ya, el menú que más sale es el mismo que probó el abogado: trozos de carne, con una guarnición de panceta, cebollas y paprika. Desde el hotel de Bistritz empieza el tramo decisivo del circuito, el mismo que emprendió Harker en dirección al Paso de Borgo para llegar al castillo de Drácula. En el camino, donde hay tan pocas casas que cada una tiene su propio cementerio, conviene recordar lo que el abogado anotó en su diario, al comienzo de la novela: “En ningún atlas pude hallar la menor indicación sobre el lugar donde se alzaba el castillo del conde Drácula, porque lo cierto es que tampoco existía un mapa detallado de aquella zona”. Harker finalmente encontró el lugar, pero los turistas se quedarán con las ganas. Al menos, la vista del paso de montaña es inolvidable. Por lo demás, habrá que apelar a la fantasía, porque la verdadera fortaleza de Tepes, hoy en ruinas, está en otra parte.
“Todo lo que podemos imaginar existe.” La frase podría proceder de un diálogo platónico, pero es en realidad el lema de la Sociedad Transilvana de Drácula, una entidad creada en 1991 con el fin de guiar a los que buscan el castillo. De acuerdo con el ente, el folclore de los rumanos no contiene vampiros y su rol lo cumplen los strigoi, fantasmas que sólo atacan a los que quiebran las leyes de una comunidad.
Pero tanto la Sociedad como el gobierno saben bien que el mito ahora genera negocios. Aunque los rumanos reivindiquen a su héroe nacional en desmedro del vampiro, no ignoran que los turistas pagan hoteles, excursiones y comidas, y compran cristalería transilvana, joyas, relojes, vinos e indumentaria con la “D” del dragón.
Sí, la imaginación todo lo puede. Pero si se la ayuda con hechos, mejor. Aunque en pocos lugares del mundo los inviernos son tan crudos como en Transilvania, para evocar al Conde habrá que tomar valor y hacer en esos meses el recorrido que Stoker trazó para su abogado inglés. Los árboles desnudos y la bruma que cubre los valles serán propicios para ponerse a tono con la historia. Luego, a falta de castillo, habrá que elegir una posada en un paraje bien agreste, porque es allí y no en la ciudad donde a los lobos les gusta aullar.
Una vez cruzado el umbral de las tinieblas invernales de los Cárpatos, sólo queda esperar una noche de luna llena. Rumania pone el paisaje. Los ajos detrás de la puerta y el crucifijo de madera corren por cuenta de uno.
Monasterio donde está enterrado Drácula Más info |
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