Sé que no van a creerme, pero ni estoy loco ni pretendo escribir una obra de ficción. Los entiendo, yo era igual. Siempre fui un escéptico y no creí en los vampiros hasta que me convertí en uno. Mi historia es tan vulgar que no voy a aburrirlos contándosela. No hay castillos ni plantaciones a lo Mardi Gras ni climas a lo Stephen King. Tuve una infancia común en un departamento común del barrio de San Telmo. Colegio del estado con guardapolvo blanco. Meriendas con leche chocolatada mirando los dibujitos animados en un televisor blanco & negro con una antena cualunque que martirizaba mis tardes cuando llovía. He-Man, La Liga de la Justicia, Mazinger Z. La adolescencia no fue muy diferente. No fui un chico gótico o dark. No me vestía con ropas oscuras ni me pintaba las uñas de negro. Jean y zapatillas hasta que se rompían de tanto usar. Zapatillas gastadas aún cuando salí abanderado en la efeméride sanmartiniana. Luego entré en ese antro (dicho con cariño, claro) de Puán 480. La facultad de filosofía y letras de la UBA no es Oxford... no es Harvard. Tiene todo el glamour de una ex-fábrica de cigarrillos. ¿Malboro? Nunca me acuerdo. Primero fue el CBC en Paseo Colón. Después vino Puán: aulas atestadas, humo eterno de cigarrillos, cafés en "Platón" discutiendo a Foucault, colas en el CEFyL para sacar fotocopias de los apuntes un poco más baratas, donaciones al Comandante Marcos en Chiapas, MUCHO Che Guevara, vendedores ambulantes, noches en vela estudiando para un final en diciembre...
Como dije, una vida común. Nada de Dickens para mí.
Ahora soy un vampiro, no en sentido metafórico o como expresión de deseos. Lo soy en el sentido más antiguo y real. Y los vampiros (ODIO esa palabra!) están de moda. Todos consumen alegres esa mentira que proviene de la máquina anglosajona. Por eso decidí armar este blog: para contar la verdad. Lean las novelas que hablan de vampiros románticos herederos de Lord Byron (por algo he conseguido sitios donde descargarlas), pero sepan que la gran mayoría de los datos que aparecen en esas obras son falsos. Por eso es difícil creer. ¿Quién puede creer en un tipo que se convierte en un murciélago o explota al contacto con la luz solar? Es absurdo.
La mente lógica del hombre moderno no puede aceptar la existencia de algo que no pasa siquiera la más somera evaluación científica. "Eppur si muove", susurró Galileo. Y sin embargo existo, diría yo.
De aquí en adelante, intentaré dilucidar las diferencias entre la mitología del vampiro (sea moderna o folklórica) y la realidad.
Nota de El País sobre los vampiros
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