En busca del auténtico Drácula

Written by John Doe on lunes, 2 de enero de 2012 at 8:01 a.m.

Artículo de Raymond McNally
Conseguí una beca del gobierno de los Estados Unidos para que fuese a Rumania y averiguase todo lo posible sobre Drácula. Creo que es la única vez en que un gobierno ha financiado una investigación sobre los vampiros, pero no me sentí muy culpable. ¡Después de lodo, el dinero del gobierno se ha gastado en cosas mucho peores que los vampiros!
Fui a Rumania en 1969, y pasé un año en ese país haciendo investigaciones sobre el Drácula real. Allí era más conocido por su apodo de «El Empalador», que se había ganado gracias a su gran afición por ese método de ejecución. El empalamiento es un arle perdido, por lo que se impone una breve explicación. Empalar a alguien significa básicamente que lo atraviesas con una estaca convirtiéndolo en algo parecido a un chupachups humano. Hay muchas formas de hacerlo, como clavar la estaca en el pecho o, incluso, introducirla por la boca; pero el método clásico era colocar a la víctima en el suelo con los miembros extendidos al máximo y atar un caballo a cada pie. Después se preparaba una gigantesca eslaca o poste lo bastante sólido para sostener a un ser humano. Era aconsejable que la estaca tuviese una punta redondeada, pero no puntiaguda porque de lo contrario la víctima moriría rápidamente. La estaca ideal también debería estar untada de aceite para que pudiera ser insertada fácilmente en el ano de la víctima. Los caballos avanzaban lentamente mientras se iba insertando la estaca, y en cuanto ésta había quedado asegurada dentro del cuerpo de la víctima se corlaban las cuerdas que unían los pies a los caballos. Después de esto, la infortunada víctima era levantada junto con la estaca, y se iba hundiendo gradualmente en ella muriendo poco a poco por la exposición a los elementos.
No cabe duda de que existen métodos más rápidos y sencillos de matar a alguien, pero este método de tortura tiene un propósito secundario aparte del de provocar la muerte. Al igual que la crucifixión, el empalamiento proporciona un ejemplo duradero de lo que le puede ocurrir al desobediente dando un motivo de reflexión a los que siguen con vida, y apenas hará falla decir que en tiempos de Drácula, la ley y el orden reinaban en lodo el país.
Hay una clara conexión histórica entre Drácula y Transilvania. Vlad Drácula nació allí el año 1431 en el hernoso pueblo de Sighisoara; y aunque posteriormente gobernaría el sur de Rumania, Drácula mantuvo intacta su relación y contactos con los pueblos y ciudades transilvanos durante toda su vida hasta 1476, el año en el que murió. Firmó como «Drácula» de forma muy clara y legible dos manuscritos entregados a los ciudadanos del pueblo de Sibiu (Transilvania).
El nombre «Drácula» liene sus orígenes en la Orden del Dragón, que fue conferida al padre de Vlad por Segismundo, el Sacro Emperador Romano, en el castillo de Nuremberg el año 1431. El padre de Vlad acabó siendo conocido como «Dracul», y Vlad se sentía tan orgulloso del codiciado honor conferido a su padre que se proclamó a sí mismo «Drácula», lo cual significa «hijo de quien poseía la Orden del Dragón». Pero «Dracul» también es uno de los nombres de Satanás en rumano, y posteriormente Vlad sería considerado «el hijo del diablo». La insignia de la Orden era el dragón o la serpiente alada, que también es un símbolo muy usado para representar al diablo tanto en el folklore como en el arte rumano. La orden no era maligna, pero cuando el padre de Drácula volvió a Rumania después de haber estado en Oriente llevando el símbolo del Dragón sobre su capa y su escudo, los campesinos creyeron que había vendido su alma al diablo, y el padre de Drácula es conocido en la historia rumana como Vlad «el Diablo».
Mucho tiempo antes de que naciera Stoker, el Drácula histórico ya fue protagonista de historias de terror que se convirtieron en auténticas superventas de la época. A finales del siglo XV la gente estaba tan interesada por el terror como hoy, y los monjes contaban esas historias y las copiaban para entretener a otros durante las frías noches de los monasterios. Una de esas historias afirma que Drácula tenía la costumbre de cenar rodeado de muertos y agonizantes; lo cual establece una conexión entre el Drácula histórico y el vampiro. El príncipe rumano era lo que los médicos de hoy en día llaman un «vampiro viviente», un término clínico aplicado a los pacientes que beben sangre humana. No cabe duda de que Drácula disfrutaba mojando su pan en la sangre de sus víctimas, que recogía en cuencos para tenerla disponible en su mesa. Después engullía el pan ensangrentado, una parte básica de su dieta saturada de proteínas.
En una ocasión, unos embajadores extranjeros fueron a visitarle y no se quitaron el sombrero delante de él. «¿Por qué me habéis deshonrado así? -les reprochó Drácula-. Nadie puede llevar la cabeza cubierta en mi presencia.» «Sefior-replicaron los embajadores-, es costumbre nuestra no descubrimos nunca delante de nadie, sea quien sea.» «Muy bien -respondió Drácula- Sed valientes. Deseo reforzar la fe que tenéis en vuestras costumbres». Y mandó llamar a sus esbirros y les ordenó que les unieran los sombreros a la cabeza con clavos. «Volved a vuestro hogar -les gritó después-, y decid a vuestro señor que hace bien protegiendo las costumbres de su tierra, pero que cuando me envíe embajadores será mejor que se dobleguen a mis costumbres.»
A veces, Drácula demostraba poseer un sentido del humor bastante negro. Un noble que estaba cenando con él entre sus víctimas empaladas no podía soportar el olor de los cuerpos en descomposición, y se tapó la nariz con la mano. Drácula se percató de esa imperdonable falta de educación y le preguntó por qué se tapaba la nariz, a lo que el noble respondió que porque no podía soportar la pestilencia de los cadáveres putrefactos. «Muy bien -replicó Drácula-, voy a resolver tu problema.» Mandó traer una estaca muy alta y ordenó que empalaran a su invitado en ella, con lo que el hombre clavado en la estaca quedó muy por encima de las otras víctimas. «¡Ya está! -le gritó Drácula-, Ahora estás suspendido entre las brisas más frescas y limpias, y ya no tienes que soportar la pestilencia de estos cadáveres que se pudren aquí abajo.»

En otra ocasión, Drácula mandó colocar una hermosa copa de oro en un sitio muy visible junto a un arroyo de agua fresca, y muchas personas la cogieron para beber en ella. Cada persona devolvió la copa obedientemente a su sitio después de haber bebido, y nadie se atrevió a robarla porque lodos sabían que Drácula haría empalar al ladrón inmediatamente. Fue un acérrimo defensor de la ley y el orden, y durante su reinado nadie osaba robar, porque fuera cual fuese su importancia, Drácula castigaba todos los delitos con la pena de empalamiento. Su razonamiento era que si se permitía que los pequeños delitos quedaran impunes la gente poco a poco se iría animando a cometer crímenes más serios.
Drácula noquería tener alrededor ningún heredero en potencia que pudiera desafiar su poder absoluto. En una ocasión en que estaba de muy mal humor, su amante cometió la imprudencia de creer que podría animarle di-ciéndole que estaba embarazada porque daba por sentado que Drácula se alegraría de oír esa buena noticia.
Drácula no se alegró. «No puede ser», le dijo, cogió un cuchillo y la abrió en canal para que «todo el mundo pudiera ver dónde se encontraba su fruto». Drácula utilizó todo tipo de procedimientos para eliminar a cualquier joven rival al trono: el padre de Drácula había sido ilegítimo y consiguió reinar, por lo que Drácula procuró librarse tanto de los hijos legítimos como de los ilegítimos.

La infancia de Drácula fue muy difícil, lo cual quizá sea una de las claves de su extraña conducta posterior. Fue educado como cristiano en Transilvania, pero su padre le dejó como rehén entre los turcos cuando sólo tenía trece anos, y de repente el joven Drácula se encontró rodeado de personas cuyo lenguaje y religión no comprendía. El padre y la madre de Drácula volvieron a casa dejando abandonado al chico en Turquía, y el sultán le retuvo allí como una especie de seguro humano que le garantizaba que el padre de Drácula no le atacaría. El joven Drácula fue enviado en barco hasta el castillo de Egrigoz, una fortaleza que se encontraba a gran altura en las inaccesibles montañas del Asia Menor. (Una serie de pistas que encontré en las antiguas crónicas turcas me permitieron averiguar dónde se hallaba el castillo: fue la primera vez que un erudito lograba situarlo aunque sólo fuese en un mapa. Me desplacé hasta allí para contemplar las ruinas del castillo-prisión donde había estado cautivo Drácula, y las vi con mis propios ojos.)
Drácula estuvo prisionero allí desde 1444 hasta 1448, cuando le llegó la horrible noticia de que su padre había violado la promesa hecha al sultán y había declarado la guerra a los turcos... siendo plenamente consciente de que obrando así ponía en peligro la vida de su hijo. El padre llegó al extremo de hablar de ello en una carta dirigida a varios pueblos y ciudades de Transilvania. Esta terrible traición debió enseñar a Drácula que la vida 110 vale gran cosa. Por suerte -pero no gracias a su padre-, el sultán decidió no replicar matando a Drácula, y siguió utilizándole como peón en sus planes y negociaciones diplomáticas.
Vlad Drácula acabó consiguiendo hacerse con el poderen el sur de Rumania gracias al apoyo de los turcos en 1456 y gobernó hasta 1462, un reinado relativamente breve. Pero en ese tiempo se las arregló para matar a unas cien mil personas, según el obispo de Erlau (un testigo bastante imparcial). Considerando que toda la población del reino sólo ascendía a quinientas mil personas, no cabe duda de que Vlad fue uno de los peores asesinos de masas de toda la historia, y que se le puede comparar con Hitler y Stalin. Pero Drácula encabezó una cruzada contra los turcos durante esos seis años de reinado, y eso hizo que muchos de sus crímenes fueran excusados. Algunos decían que era cruel porque la época también era cruel, e incluso el papa Pío II le admiró, y apoyó a Drácula por considerar que era un gran guerrero que luchaba contra los infieles turcos; pero todos los datos disponibles apuntan a la innegable conclusión de que el Drácula histórico era un sádico asesino tan peligroso como Charles Manson o Jeffrey Dahmer, y habría tenido que ser denunciado como tal. Incluso después de 1462 cuando estaba cautivo, Drácula no consiguió renunciar a su fea costumbre de empalar gente: estar dentro de una celda le impedía echar mano a seres humanos, pero capturaba ratones, los torturaba y los empalaba en palitos. Sobornó a sus carceleros para que compraran pájaros en el mercado y se los trajeran, después de lo cual les arrancaba las plumas y veía cómo revoloteaban frenéticamente por su celda. Cuando se hartaba de ese entretenimiento Drácula los empalaba.
El causante de que Drácula fuera capturado y encerrado en una celda de Budapest fue el rey húngaro Matías, quien dio esa orden no para castigarle por sus crueldades sino para ocultar sus propios pecados. Matías se había gastado las cuarenta mil monedas de oro que el papa Pío n le había confiado para que se las entregara a Drácula con el fin de que las utilizara en su cruzada contra los turcos. El rey ordenó rcdactar cartas falsas en las que Drácula juraba lealtad al sultán, y eso le permitió declararle traidor a la causa cristiana y le dio un pretexto para justificar el que se hubiera embolsado las cuarenta mil monedas de oro que habrían debido ir a parar a las manos de Drácula.
En 1476, Matías decidió volver a colocar a Drácula en el trono del sur de Rumania. Durante una batalla con los turcos que tuvo lugar a finales de esc año, Drácula se puso el uniforme de un soldado turco para poder inspeccionar mejor el campo de batalla. Se encontró con unos cuantos soldados suyos, y se supone que éstos no le reconocieron n causa del disfraz de turco y le dispararon flechas. Drácula mató a cinco o seis soldadós con su lanza, pero la inferioridad numérica era abrumadora: los soldados dispararon más flechas y le mataron. Después le cortaron la cabeza y se la entregaron a los turcos como trofeo de victoria porque los soldados turcos seguían teniendo un miedo terrible al hombre a quien llamaban el «Príncipe Empalador». El sultán exhibió la cabeza de Drácula en las murallas del Castillo Topkapi de Estambul, pero el folklore rumano afirma que Drácula no llegó a morir, y que volverá a gobernar-el país en tiempos de gran necesidad.

La leyenda del Drácula histórico fue muy popular a finales del siglo XV y durante el XVI, pero después cayó en el olvido hasta el siglo XIX. Fue entonces cuando el escritor irlandés Bram Sloker decidió resucitar al príncipe rumano conviniéndolo en el Conde Drácula vampírico. Al principio, Stoker pensaba llamar «Conde Wampyr» a su protagonista... lo que, naturalmente, habría sido como poner las cartas sobre la mesa desde el principio y habría despojado a la novela de todo su suspense. Afortunadamente, mientras estaba de vacaciones,
Stoker leyó un libro de William Wilkinson que describía las hazañas del Drácula histórico. El príncipe le fascinó, y decidió cambiar el nombre del protagonista de su novela. Stoker pensó que si el Drácula histórico había sido tan aterrador cuándo vivía, lo sería mucho más después de haberse convertido en un no muerto.
La novela hace referencias históricas a la campana militar contra los turcos emprendida por Vlad Drácula, su decisión de seguir luchando hasta el fin, la traición de quienes le rodeaban, etcétera, pero la mayoría de lectores no eran conscientes de que fuesen hechos reales. La ironía está en que Stoker no inventó ninguna de esas referencias, y en cuanto al folklore vampírico del libro, Sloker lo desarrolló basándose en The Land Beyond the Forest, un estudio antropológico de Emily Gerard. Lo que utilizó en su novela son mitos en los que la población de Transilvania sigue creyendo, como el de que los ajos y la cruz pueden repeler a los chupadores de sangre, que los vampiros no se reflejan en un espejo, etcétera. La única auténtica invención de Stoker fue relacionar al Drácula histórico con el auténtico folklore rumano. Las creencias en los vampiros siguen estando muy extendidas por toda Transilvania, como demuestran las siguientes experiencias personales. Al pie del castillo Drácula, que localicé por primera vez en el pueblo de Poenari (Rumania), conocí a una joven gitana llamada Tinka que me contó que su padre era un vampiro. Treinta años antes había muerto y fue expuesto en un velatorio que duró tres días, pero al final de ese período de tiempo los aldeanos se dieron cuenta de que el rigor mortis aún no so había producido: la piel seguía estando flexible y las mejillas tenían un saludable color sonrosado... las dos señales por las que se reconoce al vampiro, el no muerto. Tinka me dijo que ella sabía lo que era preciso hacer, pero que no se sintió capaz de destruir el cuerpo de su querido padre. Los aldeanos no fueron tan melindrosos: cogieron una estaca de madera, la hundieron en el corazón del cadáver e hicieron que atravesara el fondo del ataúd de madera hasta dejarla clavada en el suelo para impedir que el-cadáver pudiera incorporarse. (De hecho, no basta con clavar la estaca en el cadáver tal y como se ve en algunas películas de Hollywood: la estaca debe atravesar todo el cuerpo y quedar clavada en el suelo por debajo de él uniéndolo a la tierra e inmovilizándolo como hacen los coleccionistas de mariposas con sus presas. Una vez hecho eso, si le sigue preocupando que años después aparezca algún idiota que quite la estaca, lo que debería hacer es quemar el cadáver.)
Mientras recorría Transilvania, me encontré con un cortejo fúnebre en el pueblo de Rodna, cerca del Paso Borgo. Me quedé a presenciar la ceremonia, naturalmente, y un campesino de la localidad me informó de que iban a enterrar el cadáver de una joven que se había suicidado. Yo sabía que en Transilvania quien se suicida es un candidato a convertirse en vampiro (al igual que lo son las personas muy crueles, las brujas, los licántropos, los que mueren sin haber sido bautizados y los bebés que nacen envueltos en la placenta de su madre. El séptimo hijo de un séptimo hijo también está condenado a convertirse en vampiro). Los aldeanos de Rodna colocaron el ataúd dentro de una tumba muy poco profunda, apenas medio metro de hondo. Al principio no entendí el porqué hacían eso, pero descubrí la razón después de que hubiese terminado la ceremonia religiosa oficial. Los aldeanos volvieron al cementerio, sacaron el ataúd de aquella tumba tan poco profunda e introdujeron una estaca de madera a través del corazón hasta clavarla en el suelo por debajo de la joven difunta.

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John Doe

Blogger. Ex estudiante de antropología de la Universidad de Buenos Aires. Mis "héroes" son James Frazer,Mircea Eliade, Joseph Campbell y Vladimir Propp.

 
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